Podría iniciar esta especie de carta de despedida diciendo todo
aquello que se perdió en 17 años de silencio. Podría hablar de mis motivos y de
los que creo fueron los tuyos. Podría hasta filosofar sobre el orgullo, porque
tal vez de eso se trató todo... pero no, no lo haré. Y no lo haré porque
prefiero recordarte de otro modo.
Prefiero recordarte cuando abro las ventanas de mi habitación por
las mañanas y hago la cama... “...debes estirar bien, muy bien esas sábanas, no
pueden quedar arrugas...”. Cuando estoy por planchar las camisas de él... “...el
cuello, controla siempre el cuello, que esté bien derechito...”. Cuando es
verano y escucho las chicharras, entonces vuelvo a ser niña y me veo a pies
descalzos, escabulliéndome porque no quiero dormir la siesta. Y también cuando
es invierno porque es verdad... “...para el frío nada mejor que un buen plato
de sopa...” ...aunque vos nos la hacías hasta cuando habían 35° a la sombra! Prefiero
recordar cada Navidad, cada cumpleaños, cada fiesta, y cada singular domingo al
mediodía; porque no importaba qué pasara el resto de los días, la familia se
reunía a una misma mesa... y eso, eso era la felicidad.
Elijo creer que todo tiene un porqué, que de todo se aprende. A mí
me llevó 17 años volver a vos, derrumbar muros y mirarte a los ojos. Tal vez
hayan quedado muchas cosas por decirnos, unas disculpas flotando en el aire... pero
siento que ya no tiene sentido, ya no hace falta, porque en el momento que
estuve frente vos, en ese preciso momento tu corazón sí me reconoció y lo
supo... Y lo hizo cuando tu mano secó una vez más mis lágrimas... una última
vez.
25/Mayo/1921 –“Nona”– 23/Julio/2016