Salí a caminar como
todas las mañanas. Necesitaba despejar mi mente, limpiar mi alma; para ello
existía un sólo sitio: el mar. Me preguntaba cómo continuar, si valdría la pena
hacerlo. Tal vez sería sólo cuestión de rendirse, y dejar que esta nave, que ya
llevaba años navegando, naufragara sin más pena, y con ninguna gloria. Las olas
mojaron mis tobillos, y pensé que sin embargo, podría también imitarlas. Ellas,
que aún rompiéndose una y otra vez sobre la playa, no dejan de intentarlo.
Frené mis pasos, y respiré
profundo. Observé la playa, estaba desierta, a excepción de un anciano. Llamó
mi atención con sólo verlo. Permanecía sentado sobre el muro de la rambla y
miraba el mar como si buscara algo más allá del horizonte. Y hablaba.
Hablaba con un
portaretrato que tenía a su lado. La curiosidad pudo más que mi educación, por
lo que me acerqué lentamente.
Amor... está casi por
comenzar el otoño y la playa está casi desierta... –dijo el señor a la
fotografía de una hermosa mujer. Pero hay un sol que te encantaría...
seguramente te sentarías sobre la arena con uno de tus libros, mientras
escuchas el mar.
No pude evitar oírlo y
al hacerlo, los ojos se me llenaron de lágrimas. Él levantó la mirada y me vió,
sonrió ante mis lágrimas.
Me disculpe, no
deseaba ser indiscreta... –le dije mientras secaba mi rostro.
Buenos días... ¿Usted
lo dice por mi conversación con ella? –me respondió sonriendo y señalando la
fotografía que tenía a su lado.
Sí... –la vergüenza me
hizo bajar la mirada. Es que me ha llamado la atención verlo aquí... solo.
Yo no estoy solo... estoy
con ella, mi esposa... con Ida. –volvió a sonreír y tomar el portaretrato. Por
cierto, mi nombre es José, ¿y el suyo?
Me llamo Claudia; y he
venido a la playa a pensar un poco, es que... –me callé, no quería incomodar al
pobre hombre.
¿Sabe?, a mi esposa
también le gustaba venir hasta aquí a reflexionar, decía que el mar le daba
consejos... –comenzó a contarme José. Vino aquí cuando nos conocimos y nos
dimos nuestro primer beso, teníamos apenas diecisiete años... y también vino
aquí cuando a los veinte yo me fui a la guerra y ella descubrió estar
embarazada... No quiero imaginar cuántas veces más ha venido; sin dudas, lo ha
hecho cuando le confesé la cosa más fea que había hecho, y el mar le debe haber
dicho algo bonito, porque Ida me perdonó y fueron nuestros años mejores...
Ayyy José, como
quisiera que para mí fuera así de sencillo como escuchar a las olas... –le respondí
mientras mis pies empezaron a jugar en la arena.
Claudia... Claudia...
si algo me ha enseñado el mar, y sobre todo, mi amada Ida, es la calma, todo es
mucho más simple de como nos parece... –me dijo y esta vez ví correr las
lágrimas por su rostro. Míreme a mí... siete años atrás pensé que todo se
habría terminado, y sin embargo, ella no me ha dejado un sólo instante,
porque para escuchar no necesita abrir los oídos, sino el alma...
En ese instante lo
supe. Supe qué debía hacer, porque supe qué quería. Yo deseaba lo que Ida y
José habían tenido, lo que tenían. Y ahora tenía que ponerme en movimiento.
Gracias José... de
todo corazón le agradezco sus palabras, no imagina cuánto me hayan ayudado... –le
dije con la voz ahogada por la emoción.
Me alegra mucho oír
eso, pero nada tiene que agradecerme... –volvió a sonreír y podría jurar que
una luz especial lo rodeaba.
Nos despedimos con un
abrazo, y con la promesa que la próxima vez que nos viéramos, tomaríamos juntos
un café. Salí casi corriendo a casa, y estaba feliz. Por primera vez en mucho
tiempo, estaba feliz.
Nunca más volví a ver
a José, aunque hay quien dice que lo ha encontrado en otras playas, sentado
frente al mar con el retrato de su amada entre las manos.
Escribe el relato como si fueras uno de los protagonistas.)
Me ha conmovido mucho esta historia. Pudiste transmitir no sólo el amor y ternura de José, sino que también su inmensa sabiduría.
ResponderBorrarEs hermoso cuando dos personas se reúnen en un sitio sin conocerse, y sin embargo, necesitándose. Es realmente mágico que la respuesta a las preguntas o problemas más grandes nos las dé un desconocido, como si un ángel hubiese juntados brevemente sus caminos.
Gracias Kadannek... yo creo que siempre hay una razón para los encuentros que hacemos en esta vida, lo comprendamos o no.
BorrarUn besote.
Es una pena que este tipo de conversaciones no ocurran a menudo. Por un lado el miedo a meternos dónde no nos han llamado y por otro el cerrarnos cuando alguien nos pregunta o "se mete en nuestras vidas".. Perdemos muchas oportunidades de aprender y mejorar.
ResponderBorrarMe ha recordado mucho a un texto reciente de kadannek con un vagabundo.. historias diferentes pero con una misma historia en común.
No he leído el texto de Kadannek sobre el vagabundo, pero he notado que muchas veces tratamos los mismos temas, y me siento muy identificada en cómo ve las cosas...
BorrarYo soy de las que tal vez me detengo a conversar con desconocidos, sobre todo si son personas mayores, y como dices Beauséant, siempre es una oportunidad de aprender y mejorar.
Alma querida, me he emocionado al leerte, es que el otoño me deja ñoña, aun así me ha parecido una historia tan bonita, tan tierna, tan humana que no es que haya rozado, he sentido el abrazo de cada una de tus palabras.
ResponderBorrarMil besitos para tu semana ♥
Yo últimamente también estoy ñoña, pero no creo sea culpa del otoño, Auro...
BorrarTe mando infinitos besotes, preciosa...♥
Bonita historia has creado, con un mensaje sencillo y algo que todos deberíamos practicar, saber ver lo simple que puede ser la vida si lo queremos.
ResponderBorrarBesos dulces y dulce semana Alma.
A veces lo sencillo es lo que más (nos) cuesta...
BorrarBesos grandes como el mar, Dulce.
Me ha encantado este relato tuyo, tan íntimo, tan de ti, con tus palabras y sentimientos plasmados en cada línea, con ese deseo de verdad mullido entre las olas que respiran.
ResponderBorrarPoco más puedo decirte, salvo que siempre espero haya un José o una Ida que nos dé una sonrisa en medio de las lágrimas, un rayito de luz en medio de nuestra oscuridad.
Un beso enorme. Mi abrazo también.
Yo creo que siempre hay un José o una Ida, alguien que nos brinda su sonrisa cuando la nuestra se esconde detrás de los grises de la vida... si lo sabré yo... y si lo sabrás tú...
BorrarBesissssssssssssssssssssss y todo lo demás ya lo sabe(mo)s Mag!
Qué hermosa similitud la de las olas rompiendo…
ResponderBorrarY cuánto que enseñar quienes han vivido y amado tantos años y desde esa esencia tan pura...
Emotiva y maravillosa historia, mi querida Alma… Siempre con la exquisitez y sensibilidad que te caracteriza, y que nos colma el alma a quienes te leemos y sentimos…
Un abrazo grande, y muy feliz tarde, preciosísima 💙
Creo que si prestamos la atención suficiente, no sólo el mar, toda la Naturaleza en sí tiene mucho para enseñarnos...
BorrarSiempre agradezco a ti el que con tus huellas y tu cariño, me hagas sentir tan bien... besotes enormes Gin.
Hola Alma. Leyendo este relato imagino ese paisaje tranquilizador que ofrece la vista del mar. El susurro de las olas acompañado de esta bella historia de amor y melancolía del alma. Todo mientras regreso a casa en metro , enterrado en un subsuelo con olor a ruido. Gracias por escribir.
ResponderBorrarUn enorme beso
Don Dumas gracias a ti por leerme, y por dejar que mis historias te transporten... para mí eso es un privilegio.
BorrarBesotes.
Cada uno encuentra su forma de sobrevivir, de continuar, de avanzar en cierto modo, aunque eso signifique romper una y otra vez contra la misma playa.
ResponderBorrarSaludos!
Sin dudas CleveLand... estamos en continua evolución y adaptación.
BorrarUn beso.
Debió ser especial Ida, para persistir, a pesar de no estar.
ResponderBorrarBesos, paisana.
Creo que para José era mucho más que especial, y que cada uno de nosotros tenemos de esos seres al lado...
BorrarBesotes Demi!