“(...)
¿Cuánto tiempo es para
siempre? –preguntó Alicia.
A veces sólo un
segundo... –respondió el Blanco Conejo.
(...)”
No dejaba de pensar en
ese fragmento de “Alicia en el país de las maravillas”. En realidad, hacia casi
dos meses que vivía en modo autómata. Se levantaba, iba a trabajar, volvía a
ocuparse de su casa, y no hablaba, no hablaba con nadie. Es decir que no
hablaba de lo ocurrido, sentía que no tenía con quién hacerlo. Nadie cercano a
ella había sido capaz de abrazarla y dejar que llorara, creyeron que era mejor
decirle las frases comunes que se usan en estas situaciones. Lo único que
habían conseguido es que ella se aislara aún más.
En las horas libres, o
ponía música y se dedicaba a pintar; o se sumergía en un libro. Cualquier cosa,
menos escribir de ello. Por alguna extraña razón, no lograba exhorcizar ese
dolor con las letras, como siempre había hecho...
...al menos hasta el
momento que esa pregunta de Alicia cruzó su cabeza. Ella podría responder igual
y a la vez tan diferente. Porque podría decir con minucioso detalle cuánto
tiempo había durado la esperanza. Cuánto la silenciosa incertidumbre que se
escondía detrás de una puerta. Y cuánto la demoledora certeza de la realidad. Tal
vez ella podría ser menos exacta con el tiempo que dura la angustía, porque a
ésta le gusta jugar a intermitencias. Pero, como dijo el Blanco Conejo, para
siempre a veces es sólo un segundo.
El segundo en el cual
cruzaron sus miradas. El segundo en el que escuchó su risa. Aquel en el que su
voz la llamó por primera vez. O en el que sus manos acariciaron las suyas. El
segundo en el que la emoción le explotó en el pecho con el que hoy sabe, fue el
último “te quiero”.
Para siempre, sólo un
segundo o cientos de miles guardados en tantos y tantos recuerdos.
(Este relato pertenece a los "Relatos Jueveros"
y esta semana la convocatoria fue hecha por Ame desde su blog: "Ame...".
Te invito a leer el resto de los participantes aquí!)