Él era uno de los hombres
más valientes que jamás hubo navegado los siete mares. Nada lo alejaba de sus
propósitos, de aquello que deseaba, y que anhelaba hacer suyo. Eso fue lo que
sintió la primera vez que cruzó su andar.
Nunca olvidaría esa
mañana, cuando después de varias semanas volvía a pisar tierra firme. Sólo
pensaba en llegar hasta el bar, el de siempre, el cercano al puerto. Encontrar
unos brazos amigos, unos muslos tibios y unos pechos generosos. Un cuerpo que lo
hiciera sentir vivo, algo que últimamente le costaba cada vez más. Fue allí
donde la vió por primera vez.
Ella tenía la piel
clara, contrastaba con el negro de sus cabellos y el rojo fuego de su boca. Sin
darse cuenta, la imaginó entre las sábanas blancas del camarote de su nave. Y
casi no podía creerlo cuando sus miradas se cruzaron y él sintió que una como
ella sería capaz de descubrir cada uno de sus secretos.
Se acercó lentamente,
y ella le dedicó una sonrisa que lo desarmó.
Morena... acompáñame mientras
bebo algo que alivie mi espíritu... –dijo acercándose aún más.
¿Qué le hace suponer
que yo esté aquí para hacerle compañía al primero que así lo desee? –respondió ella
alzando una ceja.
Mujer, ¿sabes con
quién estás hablando? –preguntó él de forma casi amenazadora.
Con un pirata... –le dijo
ella, desafiante. ¿O debería decir con Bastian, el rey de los mares?
Quedó sorprendido al
oír su nombre saliendo de la boca de ella. La misma que, sin pedir permiso ni
nada, invadió con su lengua e hizo suya. Bastian era así, tomaba lo que deseaba
y lo hacía suyo; en este caso a ella.
O eso era lo que él
creía. Con las piernas de ella enredadas a su cintura, subió las escaleras que
llevaban a uno de los cuartos que habían sobre el bar. Levantó sus faldas y
rompió el corsé; antes de atravesar la puerta de la habitación, él ya había
plantado la bandera de conquista. Así fue durante toda la noche, hasta que el
sueño lo venció.
Despertó en la mañana,
con el sol que entraba por la ventana y le iluminaba el rostro. Buscó con su
mano el cuerpo que esa noche había sido suyo, y que deseaba volver a poseer.
Pero sólo encontró una hoja de papel bien doblada, y su nombre escrito con una
hermosa caligrafía.
“Bastian... Pirata de
alma canalla... Creíste poder conquistarme como un territorio más de los que
sueles encontrar, y no te has dado cuenta que has sido tú el conquistado, el
poseído. He sido yo, que como el canto de una sirena, te he encantado. Ahora no
te olvidarás jamás de mí, de mi imagen, de mi sabor... y yo como recuerdo, me
llevaré tu bien más preciado.
Adrià, la única verdadera Reina de los siete mares.”
Al leer las últimas
líneas, saltó de la cama y se asomó a la ventana. No imaginaba cómo había
convencido a la tripulación de su nave, pero ésta ya estaba cerca del
horizonte. Alguien había sido más canalla que él, y era una mujer. Y en algo
tenía razón, jamás la olvidaría.
Es el número 49: Para esta semana toca un cuento de piratas.)