domingo, 30 de agosto de 2020

Había pasado tanto tiempo desde que todo había comenzado, que ya casi ni recordaba cómo había sucedido. Sin embargo, esa mañana no necesitó ver el nombre que salía en la pantalla de su móvil para saber de quién era el mensaje. En todos esos años nunca había olvidado la fecha y, de uno u otro modo, se lo hacía saber.


Sonrió mordiéndose el labio, seguro que ella estaba haciendo exactamente lo mismo.




(Este microrelato pertenece a “Reto: 5 líneas” propuesto por Adella Brac.
Las palabras del mes de Agosto son: para - todo - ella.)


 


jueves, 27 de agosto de 2020

Buenas madrugadas rebeldes... aquí Lilith al habla... –Eva sonrió y se ajustó los auriculares para seguir transmitiendo desde esa improvisada radio que había armado para contar cómo estaban de verdad las cosas en esa ciudad aislada del mundo llamada “Eden”.

Cuando se mudó allí, junto a su estrenado marido, Gabriele, no podía creer a la perfección del lugar. Todo parecía sacado de una película. Las casas todas iguales, hechas para alguna revista de arquitectura moderna. Y los individuos que en ellas vivían, lo mismo, todos modelos. Maridos impecables, bien vestidos y con trabajos envidiables; y esposas de fábula, que mantenían una casa de admirar y criaban sus hijos al mejor estilo “Novicia rebelde”.

Al principio, Eva creyó que todo era una especie de broma, pero tardó poco tiempo en darse cuenta que era aterradora y patéticamente cierto. No habían parejas homosexuales y se preguntó cómo reaccionarían sus vecinos al conocer a su mejor amigo, que no se cansaba de recorrer el mundo y enrollarse con cuanto moreno tuviese a tiro. Los hombres eran todos profesionales, parecían no existir los simples empleados, menos aún los desocupados; todos tenían un excelente estado físico, apenas salidos del gimnasio. Y ellas, pues eran modelos de pasarela, todas universitarias pero ninguna que trabajaba, parecía que a lo único que aspiraban era a ser madres; aún recordaba los rostros perplejos cuando dijo que ella no deseaba tener hijos. Y, obviamente, ninguna de ellas se lamentaba de sus respectivos maridos, ni por un jardín con el césped sin cortar o el grifo sin reparar.

Pero Eva no creyó al cuento de hadas ni por un minuto. Y no tardó en descubrir que Sara deseaba tanto tener hijos y, ante la presunta esterilidad de su marido, recurría a su vecino Tomas. Que Miriam, la mujer de la esquina, para mantener las apariencias, era adicta a cualquier sustancia que tuviese a su alcance. Y, sin duda alguna, pudo reconocer a Michael, el dentista, entre las fotos de las conquistas de su amigo.

Por ello no se podía quedar callada, aún si esto pusiera en riesgo su vida, porque atentaba contra quienes deseaban esta ciudad hipócritamente perfecta. Un ejemplo a seguir para un mundo de ficción. Y fue así ella, la buena, hermosa y perfecta Eva, se convirtió en Lilith, la voz de los rebeldes, los que ya no querían apariencias, ni máscaras. 

 

(Este microrrelato pertenece a los "Relatos Jueveros"
y esta semana la convocatoria fue hecha por Demiurgo desde su blog:
"El Demmiurgo de Hurlingham".
Te invito a leer el resto de los participantes aquí!)

 




Mi participación a este encuentro de "Relatos Jueveros"
es mi homenaje especial a un bloguero único,

quien, no sólo es un 'paisano' y referente del 'buen hacer' en este mundillo virtual,

sino a quien le debo haber conocido esta iniciativa...


...feliz blog aniversario, Demi

y que sean muchos muchos más,

te lo mereces!!!

viernes, 7 de agosto de 2020

Escuché el ascensor. Sabía que era Él.


La puerta del departamento se abrió. Todo estaba iluminado con velas. La música suave, de fondo, que provenía de la habitación. Sentada sobre el borde de la cama. Las piernas cruzadas. Sólo la lencería negra como vestimenta.


Se paró delante mío y sonrió de lado. Dejó el saco sobre el sillón, tomándose todo el tiempo. Aflojó la corbata, sin quitarsela. Vino hacia mí y me hizo alzar. Se acercó a mis labios, pude sentir su respiración sobre el rostro. Temblé, y Él lo percibió.


Su profunda mirada ahora estaba fija en mis ojos oscuros. Una de sus manos rozó distraidamente mi pierna, sabía que quería ver mi reacción. Continué a fijarlo.


Al improviso, me empujó contra la pared. Mi respiración se hizo más marcada, pesada…, se agitó. Sus dedos comenzaron a acariciarme el cuello, y no pude no apoyarme a su cuerpo.


Me quitó el sujetador y se inclinó sobre mi seno. Sentí su boca saborear uno de mis pezones. Duros…, erectos…, por y para Él.


El tiempo pareció detenerse. Podía sentir cada movimento suyo, cada respiro.

Su mano bajó por mi vientre, hasta mi sexo. Se separó un poco de mí, para observarme. Sonrió ante el rubor que inundó mi cara. Volvió a sujetarme entre su cuerpo y la pared. Sentí su dedo entre mis pliegues, moviéndose lento, mojándose con mi humedad. Pese a la oscuridad, Él vió el brillo en mis ojos oscuros, el fuego que me provoca cada vez. Cada vez que soy suya, porque lo soy.


Continuó apretándome contra la pared. Su lengua recorría mi cuello con hambre. Sentí la fuerza de su miembro penetrándome, como aquella de sus dientes en mi hombro. Fue su respiración que comenzó a crecer en intensidad. Se volvió feroz…, casi animal. Así eran sus embestidas. Mis manos se enredaban en su pelo y mis gemidos se ahogaban en su cuello. Marqué con mis uñas su espalda en el preciso instante en que su semen quemaba mis entrañas. Mi boca pronunció su nombre al explotar en un exquisito orgasmo.

El tiempo volvió lentamente a transcurrir. Me besó permaneciendo aún dentro de mí. Luego de unos segundos me llevó en sus brazos hasta la cama. Su cuerpo y la profundidad del sueño acabó por envolverme. 

Si quieres, déjame aquí tu huella...

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