domingo, 26 de julio de 2020

Cuenta la leyenda, que si abres bien tu corazón, puedes escuchar una hermosa voz...
“¿Quieres que te cuente una historia?

Había una vez una niña a la que le gustaba escribir. Creció en medio de libros e inventando un sinfín de cuentos e historias. Ella no lo sabía, pero cuando dejaba que las palabras salieran de su pluma, hacía magia. Su nombre es Auroratris...”



Este es un pequeño detalle para la hermosa Auroratris,
maravillosa amiga y espléndida mujer
a la que admiro y aprecio de todo corazón.
Feliz Cumpleaños Auro...
y por muchos muchos más,
que todos tus deseos se hagan realidad preciosa!!!




(Este microrelato pertenece a “Reto: 5 líneas” propuesto por Adella Brac.
Las palabras del mes de Julio son: quieres - magia - creció.)

domingo, 12 de julio de 2020

Confío plenamente...

Esa mañana se había levantado más temprano que de costumbre. Deseaba tener el tiempo suficiente para prepararse como se debe, si bien hacía días había decidido su vestuario y todo lo necesario para la ocasión, que había guardado dentro el nuevo bolso. Y es que volver a estudiar después de tantos años, no era algo tan simple como parecía.

En un pestañeo se había duchado, vestido y maquillado, ese poco delineador de ojos que ella usaba, y ya se encontraba en la calle rumbo a la universidad.

Tenía tiempo, por lo que decidió parar a comprarse un café, de esos vasos XL que podías llevarte a cualquier lado y pareciera que estás en una película americana.

Llegó a la universidad y comenzó a buscar el edificio donde debía ir. Aquello era una maldita ciudad y ya no recordaba nada; también ¿cuánto tiempo había pasado desde que estuvo allí por última vez? ¿veinte... veinticinco años? En otra vida, definitivamente.

Después de media hora de dar vueltas por todos lados y cruzar tanta gente joven a la que no deseaba preguntar, se sentó en las escalinatas. Apoyó todo a su lado y se tomó el rostro con las manos. A pesar de todo, llegaría tarde... ¡genial!

¿Qué sucede señorita? ¿Puedo ayudarla? una profunda voz la sacó de sus pensamientos autodemoledores.
Es que... –comenzó a decir levantando la cabeza y cubriéndose los ojos del sol. Me he perdido... debo ir a este edificio, a esta facultad, pero estoy dando vueltas desde hace rato y no logro encontrarla.

Mientras, le extendía la hoja donde se había copiado las instrucciones. Aún si no podía verle el rostro con nitidez, sólo sus largas piernas y sus zapatos, imaginaba que no se trataba de otro estudiante; lo que hizo se alzara como un rayo y de la vergüenza evitara mirarlo a los ojos.

Pues no hay mayor dificultad... –dijo él finalmente y con toda la calma le indicó perfectamente cómo llegar.

Ella agradeció y mencionó que quedaba en deuda, pero recogió sus cosas a toda velocidad y se marchó sin más. Tal vez aún podría llegar a tiempo.

Lo hizo. La primera mañana en la facultad de psicología había pasado. Y, en todo ese tiempo, se obligó a no pensar al desconocido que la había ayudado a encontrar el camino. Pero ahora estaba de vuelta en su departamento y eso ya no era tan fácil. Esa voz... ¿se cruzaría con él alguna otra vez? ¿lo reconocería? Estaba segura que sí, pero no podía pensar en ello, no ahora, no después de todo.

Había pasado más de un mes y ya no había pensado en nada más que sus estudios. Una compañera le había dicho que ese sábado se llevaría a cabo una especie de conferencia, una clase magistral abierta a todos, en la facultad de humanidades; y que el principal orador sería un antiguo profesor de allí, una eminencia según ella. Deseaba asistir, nutría una profunda curiosidad e interés por el tema.

Llegó con tiempo de sobra, desde aquella primera mañana no había vuelto a perderse. Se ubicó en uno de los bancos de la primera fila, no deseaba distracciones de ningún tipo.

Cuando entró el profesor invitado, su instinto lo supo. No reconocía su rostro, ni sus facciones obviamente, pero algo dentro de ella lo había reconocido. Y, cuando comenzó a hablar y se presentò, no tuvo ninguna duda. Él era su desconocido, el de aquella primera mañana.

Sin saber muy bien el porqué, se notaba inquieta. El profesor no la había reconocido, al menos no había dado ninguna señal de ello. Sus miradas no se habían ni siquiera cruzado por casualidad, a pesar que ella había participado activamente a toda la charla. Sin embargo, allí estaba, haciendo tiempo y quedando por última. Con estúpidas excusas había dejado que los compañeros que estaban con ella, se marcharan. No había querido tampoco que David la esperase para almorzar, es que su simpatía y lo guapo, no le hacía olvidar que era un niño.

Veo con placer que no ha vuelto a perderse. –otra vez aquella voz la sacaba de sus pensamientos.
Disculpe... –probó a poner rostro de sorpresa y cierta ingenuidad en la voz. ¿Cómo dijo?
El primer día de clases, la encontré en las escalinatas que se había perdido. –mientras hablaba su mirada no dejaba de recorrer y analizar cada centímetro del rostro de ella. Creí me había reconocido.
Ahhh... ¿fue usted? –su voz resultaba demasiado fingida hasta para ella misma. No lo reconocí, llevaba tal apuro ese día.
Me imagino. –él tampoco había creído a la respuesta de ella, pero sonrió. Me han gustado sus intervenciones en la charla de hoy, muy apropiadas.
Es un tema que me apasiona desde hace tiempo... –le sonrió ella también; creía estar coqueteándolo aún sin proponérselo pero él la atraía y eso era innegable.
Si lo desea, en la semana puedo alcanzarle un libro que a mí ha sido más que útil. –dijo no sin cierta curiosidad y desafío en la mirada.
Me encantaría... –fue rotunda, no dejando espacio a dudas.

Unos días después se encontraron al finalizar de la última lección de ella.

Lo prometido es deuda. –dijo entregándole el libro.
¿Y será muy inapropiado si lo invito a tomar un café? –le preguntó ella fijándose bien que no hubiese nadie a su alrededor.

Aceptó y se dirigieron a un bar un poco alejado que a ella le gustaba particularmente. Se acomodaron en una mesa un poco alejada de la entrada. Ella no sabía cuánto habían estado conversando; con él le resultaba fácil y natural contarse. Pero cuando salíeron hacía horas que se había hecho de noche.

¿Me dejas que te alcance hasta tu casa? –preguntó él; después de los primeros minutos de conversación habían coincidido en hablarse de tú.
Me encantaría... –otra vez ella le respondió de forma certera, sonriéndole hasta con los ojos.

Ya en la puerta del edificio de departamentos donde ella vivía, debían despedirse y bajar del coche. Y eso era lo último que ella deseaba. Fue instintivo. Se acercó para saludarlo con un beso pero su mano se apoyó en su rostro acariciándole la barba. Se detuvo frente a su boca, mordiéndose.

Tal vez sea un error... –dijo él pero no se apartaba de ella.
No veo el porqué... –respondió ella. Ambos somos adultos y tú no eres mi profesor ni yo tu alumna.
Pero a mis años... –rebatió. Podría ser tu padre.

Se acercó a su oído, se sentía osada esa noche y le susurró: Pero no lo eres.

Y sus bocas se fundieron en un beso.




(Este relato pertenece a los retos de "Gym para escritores".
Éste particularmente corresponde a la semana dos: "Frase".
Esta semana, deben inspirarse con la siguiente frase, si quieren citarla, pueden hacerlo, aunque la gracia reside en inspirarse en ella: "Y debo decir, que confío plenamente en la capacidad de haberte conocido", de Julio Cortázar)

Si quieres, déjame aquí tu huella...

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