Juntos, y
con él entre sus brazos, dejó de creer que la vida le estaba cobrando una deuda
que no le pertenecía, y finalmente se sintió plena... feliz.
Sólo un
año antes se marchaba sin un destino preciso. Cerraba la puerta, dejando el
amor también detrás de ella. Estaba vencida, vacía, y ya no tenía nada, nada le
quedaba. Sin pensarlo demasiado, cruzó el océano y terminó en una isla. Luego
de diez días ya había encontrado un pequeño apartamento que descendía
directamente a la playa; y un trabajo de ayudante de cocina en el mesón del pueblo,
no pagaban demasiado pero le bastaba para las boletas y sus cosas. Lo único que
había pedido es no ser llamada por su nombre, quería borrar, olvidar su vida
anterior, de ahora en más, para todos ella sería Jazmín.
Jazmín...
niña... –Clara, la dueña y cocinera del mesón, la había tomado bajo su ala
como a una hija. ¿Ya te marchas?
Sí, Clara,
se ha hecho tarde y mañana quisiera ir temprano a dar una vuelta por el faro. –respondió
con su mejor sonrisa.
Es que
niña... –tomó las manos de ella entre las suyas. Llevas más de tres meses
trabajando para nosotros y aún no te has quedado nunca a comer ni nada.
Ya
sucederá Clara... –y le acarició suavemente su redondo rostro. No pienso escapar
a ningún lado.
Jazmín... –su
mirada la conmovía. Es que no tienes amigos, ni has querido conocer a nadie...
Eres joven y guapa, mi niña, mereces ser feliz.
Ainsssss
Clara... –sus ojos iniciaban a colmarse de lágrimas retenidas. Mi querida
Clara, hace tiempo que he dejado de esperar, la felicidad no es para mí... Pero
estoy bien, estoy serena, de verdad, no debes preocuparte.
Pues me
preocupo en cambio... –apoyó su índice sobre la punta de la nariz de ella. Y
prométeme que mañana domingo vendrás a estar aquí con nosotros.
Está bien,
Clara, tú ganas... Pero ahora me marcho, sino mañana... –volvía a sonreírle.
Sí, sí...
vete ya... pero recuerda, mañana almorzarás con nosotros. –le besó la frente y la
observó hasta que giró en la esquina.
Al día
siguiente hizo lo que había planeado, fue hasta el faro. Apoyó su bicicleta y
subió a lo más alto. Le gustaba observar el horizonte, y recordar. Pasaron unos
cuantos minutos cuando decidió que era hora de ir hacia el mesón, ayudaría a
Clara a preparar. Fue a recoger su bicicleta cuando observó que había otra
sobre la suya, sujeta por una cadena. Miró a su alrededor y sólo
logró ver a un hombre que estaba por entrar al mar.
¡Ey...
ey...! –gritaba con toda su voz, mientras alzaba una mano.
Él se giró
hacia donde venían los gritos, alzó también su mano y corrió adentrándose en el
mar. Jazmín no podía creerlo, ¿por qué justo a ella debía tocarle un imbécil de
ese tipo? Caminó hasta donde estaba la ropa de ese hombre, maldiciendo a cada
paso. Esperó casi media hora a que él saliera del agua.
¿Es tuya
la bicicleta con la cadena delante del faro? –preguntó sin más y con tono
fastidioso.
Buenos
días para comenzar... mi nombre es... –pero ella no lo dejó terminar.
No me
interesa tu nombre... –lo interrumpió de mala manera. Con tu cadena has sujetado
la rueda de la mía y llevo más de media hora de atraso en mis ocupaciones.
Pues no lo
he hecho intencionadamente... –por alguna extraña razón él sonreía.
Ya...
imagino que no. –dijo alzando los ojos al cielo. El tema es que llevo apuro,
¿puedes abrir la bendita cadena, por favor?
Y comenzó
a caminar nuevamente hacia el faro, él debió correr detrás. Apenas abrió la
cadena, Jazmín montó en su bicicleta y se marchó. Él sólo logró gritar un “¡A
la próxima!”, a lo que ella alzó la mano sin siquiera girarse.
Disculpa
el retraso, Clara... –dijo entrando al mesón. Un idiota encadenó su bicicleta
a la mía, allí al faro.
Nada mi
niña, no es nada... –y le dió un abrazo. Lo importante es que ya estás aquí. Ve
dentro y avisa a los otros de tu llegada.
Todo
estaba listo. Jazmín salió de la cocina con las cestas del pan, cuando se
encontró defrente con Clara y...
Jazmín, te
presento mi sobrino Tiago. –la cara de sorpresa de ella era increíble.
O si quieres
el idiota que encadenó su bicicleta a la tuya... –y sonrió de lado, mientras Clara
los miraba divertida.
El
almuerzo fue entretenido. Ella logró relajarse y él no era el imbécil que creía.
Clara se alzó para buscar el postre y Jazmín dijo que iniciaría a llevar los
platos a la cocina. Fue levantarse y comenzar a recoger, que sintió todo darle
vueltas. No hizo en tiempo a decir ni hacer nada que se desplomó al suelo.
Cuando despertó estaba en una de las camas del hospital, con Clara
sosteniéndole la mano.
Niña...
qué susto nos has dado... –dijo acariciándole el rostro.
Es que...
¿que han dicho los médicos? –no podía retener las lágrimas. ¿Ya... lo he
perdido?
No
Jazmín... –le secaba el llanto. Ha sido sólo una baja de presión... Tú y el
bebé están bien... pero, ¿cómo no me has dicho que estabas embarazada?
Jazmín
inició a llorar desconsoladamente, y comenzó a contar toda su historia a Clara.
Todas las veces que se ilusionó, y todas las veces que irremediablemente quedó
hecha pedazos. Hasta esa última, de la que no pudo reponerse, y cuando decidió dejarlo todo porque nada le quedaba.
Pero mi
niña, ahora... –Clara finalmente comprendía el peso que había cargado ella
estos meses.
Ahora
nada, Clara... –dijo tragando saliva y secándose ella misma las lágrimas. No
puedo hacerle esto otra vez... Porque lo perderé, y no podría ver apagarse esa
luz en sus ojos de nuevo. No Clara, no puedo hacérselo, enfrentaré todo sola...
Tú no
estás sola, Jazmín... me tienes a mí, y ahora está Tiago también... –trataba de
calmarla.
¿Él sabe? –preguntó
ella tímidamente.
Sí, los
médicos creyeron fuese el padre... –y ella inició a llorar nuevamente. Shhh... serénate
ahora... todo se solucionará, ya verás.
Las
semanas pasaban y el vientre de Jazmín crecía a simple vista. Clara
la mantenía ocupada pero lejos de la cocina. Y con Tiago se habían vuelto
buenos amigos, él la acompañaba en sus caminatas por la playa y sus paseos
hasta el faro. Estaban allí, al terminar de las 35 semanas, cuando ella
continuaba a fijar el horizonte.
¿Por qué
no lo llamas... no lo buscas? –preguntó él observándola.
No puedo,
Tiago... –su voz se quebraba. Él no habrá perdonado el que lo haya
dejado, no de ese modo.
Pero si
supiera que tendrá un hijo... –no se atrevía a preguntar aquello que realmente
deseaba saber.
Es lo
mismo... lo conozco y no creo haya entendido mis razones. –no quería llorar. Ni creo las entienda ahora.
Jazmín...
tú sabes que yo me he... –ella le cubrió la boca con su mano.
Shhh... no
lo digas, por favor... –la mirada de Tiago se clavó en la suya. Lo siento... yo
nunca he dejado de amarlo.
Pese a
todo, Tiago la abrazó contra su pecho, consolándola y consolándose. Teniéndola
así fue que sintió como el cuerpo de ella se aflojaba. De repente, sus piernas
y pies se mojaron. Jazmín había roto bolsa y se desvanecía. Tiago la tomó en
brazos, la cargó en su automóvil y la llevó urgente al hospital.
Pasaron
unas horas antes que el médico saliera de la sala operaciones. Ambos se
encontraban bien. El bebé era un niño sano; pero ella había perdido mucha
sangre en el parto y eso la hizo entrar en coma.
Abrió los
ojos y vió a alguien sentado a su lado, sosteniendo su mano. No lograba
distinguir quién era; los párpados le pesaban y tenía sed. Se movió apenas y volvió a caer dormida. Entonces sintió su mano acariciarle la frente.
Sissí...
amor, despierta... –reconocía esa voz, pero no podía ser, estaba soñando.
Sissí... despierta, soy yo, ya estoy aquí.
Alex... –no
lograba mantener los ojos abiertos. No puede ser...
Después de
10 días Jazmín, había despertado. Llamaron a los médicos. Ya habría tiempo de
contarle cómo fue que Clara lo buscó y lo contactó. Él nunca había dejado de
buscarla, y apenas supo dónde estaba, tomó el primer avión hacia la isla. Sólo
al llegar al hospital supo el estado de salud de su mujer. Y que había sido
padre. Fueron Clara y Tiago quienes le contaron todo lo que Jazmín, su Sissí,
había pasado.
Fueron
días de largas conversaciones, primero en el hospital, luego en el apartamento de
ella, más tarde en las caminatas por la playa mientras Clara se ocupaba de su
nieto postizo. Costó, pero finalmente lo consiguieron, ambos se amaban profundamente.
Siete... –dijo
Alex. Desde ahora, siete es el número perfecto.
Nuestro
hijo... –respondió ella. Él es perfecto, e infinito.
Es el número
14: Describe una historia cuyo punto de partida
comience con el final de toda la trama.)