jueves, 28 de marzo de 2019


Después de años se había reunido toda la familia. “Demasiado tiempo”, añado mentalmente, casi como hablando conmigo misma. Pero había valido la pena trabajar tanto, superar los malos momentos, todo por verlos sonreír como esa noche. Aún si debía aguantar esas canciones de reggaeton que los chicos se empeñaban en poner a todo volumen. Recuerdo la sensación de que nada hubiese podido empañar esa felicidad... pronto descubriría lo equivocada que estaba.


(Este microrelato pertenece a “Reto: 5 líneas” propuesto por Adella Brac.
Las palabras son las de los meses de Enero-Febrero-Marzo:
añado, familia, demasiado/canciones, felicidad, trabajar/sensación, aguantar, malos.)

sábado, 23 de marzo de 2019

No sabía explicar cómo se sentía, pero no estaba bien y eso era evidente. De un tiempo a esa parte estaba sin ganas de nada; se limitaba a un pasar de las horas, de los días; todo en la más completa y monótona rutina. Vacía. Tal vez esa era la palabra exacta, aquella que fielmente la representaba en esos momentos. Nada lograba quitarla de ese estado... hasta aquella mañana.

Antes de ir al trabajo, pasó por el bar; la costumbre del capuchino y el croissant eran de las pocas cosas que no habían cambiado. Caminaba distraída y estaba por entrar, cuando se topó con un hombre al que no había visto antes. No pudo evitar el gesto de sorpresa cuando, levantando la vista del suelo, encontró esos ojos negros que la atravesaban.  Alzó una ceja y abrió la boca para decir algo, pero ningún sonido salió de ella. Simplemente inspiró todo el aire que cabía en sus pulmones, y con ello también su perfume. Él la hizo pasar sin decir una palabra, pero sin dejar de observarla. Ella entró, sonrojándose al pasar a su lado; su imaginación siempre le había hecho trampas.

Eyyy... pensé que ya no venías esta mañana... –la saludó Caro, la chica del bar, sacándola de la nube de sus pensamientos. ¿Cómo te sientes?
Pues ya me ves, parezco una tortuga de lo lenta que voy últimamente... –respondió sentándose en la barra y pidiéndole lo de siempre.

Se pusieron a conversar mientras ella desayunaba, estaban prácticamente solas y aún tenía poco más de media hora. Con el rabillo del ojo observaba al  hombre que se había cruzado al entrar. Solo; bien vestido; elegante en sus maneras; abstraído en su mundo; serio, tal vez demasiado. Vió que se levantaba y se dirigía donde estaba ella; pagó la cuenta y se marchó, pero dejó el periódico allí. Sin un motivo o quizás sólo por su innata curiosidad, tomó el periódico; enseguida notó algo escrito al pie de la página.

“No importa la velocidad de tus pasos, sino la claridad de tu rumbo.”  No podía quitar la vista de aquellas palabras. Esa caligrafía prolija, precisa; decididamente masculina. ¿Acaso la frase sería para ella? ¿Había escuchado su conversación? No sabía si ofenderse por la indiscreción o sentirse halagada por la atención. Sacudió la cabeza, como tratando de quitarse esas ideas y pensamientos; al fin y al cabo era un desconocido, y seguiría siéndolo.

Fue así hasta la mañana siguiente. Entrando al bar giró la cabeza instintivamente  hacia la mesa donde el día anterior se había sentado aquel hombre. Y allí estaba. Parecía que esperaba a a alguien, y eso la cabreó. Ahora se comportaba como una niña; pero ¿qué motivos tenía ella para ponerse de ese modo? Ninguno; él seguía siendo el mismo desconocido del día anterior, aunque esa idea era lo que parecía disgustarla.

Casi ni abrió boca;  el bar estaba lo suficientemente lleno como para que Caro ni lo notara. Algunos minutos después, él se acercó nuevamente a la barra y, como la mañana anterior, pagó la cuenta y se marchó, dejando el periódico allí. Apenas se cerró la puerta ella lo tomó y buscó, apresurada, alguna señal. Y allí estaba, otra vez. Sólo una frase que la hizo temblar toda.

“A veces, no hay nada más elocuente que el silencio.”  Era para ella sin duda. Sino sería una coincidencia demasiado grande, y ella no creía en las coincidencias. De todos modos, la pregunta que continuaba girando en su cabeza era ¿qué le hacía suponer a ese hombre que ella habría leído lo que él escribía en un periódico cualquiera? Comenzó a cabrearse otra vez; ¿desde cuándo permitía que alguien asi penetrara en su cabeza; dominara sus pensamientos; merodeara en  sus sensaciones? Aún así pensó en él todo el maldito día, y eso la enfurecía más.

Siguió yendo al bar cada mañana, a pesar  de decirse una y otra vez que sería la última. Y como cada mañana, él estaba allí; y después de un rato se marchaba dejando alguna frase en el periódico del día. Luego de una semana, cuando infaltablemente él abandonó el bar y ella, como una felina curiosa, no se resistió a buscar lo que habría escrito; deseó salir corriendo detrás para preguntarle ¿quién diablos se pensaba que era?  Pero no, no lo hizo. Como siempre pudo más su timidez que su furia; aunque ésta la hizo pensar en  cómo encararlo. Decidió que no pasaría del día siguiente. Tímida sí, cobarde jamás.
 
Así fue hasta la mañana siguiente en que lo vió sentado en la misma mesa de todos esos días. Lo observó por unos cuantos minutos, mientras terminaba su capuchino, sin decidir si acercarse de una vez por todas. Hasta que lo vió consultar su reloj, y supo que se marcharía otra vez. La verdad es que nada tenía que perder.

¿Puedo...? –preguntó sentándose atrevidamente frente a él.
Finalmente... te estaba esperando. –y sonrió complacido.


viernes, 8 de marzo de 2019

Cuando ella nació, aún no era tiempo de cambios; pero aquello no le impidió crecer de la manera que lo hizo. Soñaba con las heroínas que veía en las pantallas, y con las de las historias de los libros que leía. Tal vez por ello o porque era destino, a una cierta edad y hasta casi sin darse cuenta, se hizo parte de un clan. Un clan de heroínas como las que tanto había deseado ser.

En ese clan estaba aquella heroína que había logrado alzarse después de haber perdido su gran amor; y aquella que siendo la única de su estirpe supo formar una aún más fuerte. Aquella que continuó a estar en pie y caminar a pesar de encontrarse sola con todo el peso en su espalda; y aquella que pudiendo alcanzar la cima, eligió construir el propio refugio para ella y los suyos. Aquella que nunca se dejó vencer ni por males ni por desilusiones; y aquella que aún peleando con sus propios fantasmas, eligió hacerlo con los de algún otro. Aquella que pasó todo el tiempo necesario para cuidar su herencia; y aquella que aún enterrando uno de sus más grandes tesoros, no dejó de creer. Y aquellas que siendo las más jóvenes ya habían pasado por pruebas tremendas.

Estas heroínas no tenían nombres especiales, no los tienen aún hoy. Hay quien las llama abuela o nonna; tía o mamá; hermana o cuñada o amigas; hija o sobrina o nieta. Porque en realidad, los nombres no importan, porque ellas están a nuestro lado, todos los días; nos acompañan, nos cuidan, nos aman. Y tampoco hay un día o dos para celebrarla, porque todos son “el día”. Estas heroínas son simplemente mujeres y éste es el gran superpoder que tienen.



Esto es para vos que estás leyendo, y en éste como en todo el resto del año, te deseo un gran espléndido día... feliz 8 de marzo heroína.

Si quieres, déjame aquí tu huella...

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