Finalmente
los resultados de las pericias habían llegado. “Muerte accidental”. Una frase, dos
palabras, y la serenidad invadía su alma, terminando con todo.
Tres meses
antes...
Casi
medianoche y él no llegaba, ni siquiera un mensaje advirtiendo dónde estaba. No
que comúnmente lo hiciera, sólo era otro modo de cubrir las apariencias. Decidió llamar a la policía; pero no pudo decir más
que estaba preocupada por su marido. Esa mañana había ido a escalar y aún no
volvía, no creía fuese normal. Pero le dijieron que antes de las 48 horas no se
podía hacer denuncia de desaparición. Igualmente, ella también había cumplido,
ahora podría dormir tranquila.
A la
mañana siguiente, ella despertó cuando tocaron a la puerta. Esta vez era la
policía que había venido hasta allí. Uno de ellos le informaban que se había
encontrado el cuerpo del marido en fondo al valle en donde había ido a escalar.
Ella
sintió que las piernas le fallaban, la mujer policía tuvo que sostenerla para
que no terminara a tierra. La acompañaron dentro, e iniciaron con las preguntas,
decían que eran de rutina. Ella respondió a todo, que no sabía escalar, que su
vértigo le había impedido siquiera probar, que a su marido no le gustaba la
compañía, ya que era un solitario, y que ella había estado toda la tarde en una
clase magistral en la Universidad.
Finalmente
se marcharon, no sin antes decirle que investigarían, como era normal en esos
casos. Más tiempo, tal vez unos meses más y todo terminaría, sólo quedaba esperar.
Un año
antes aún...
Había
llegado tarde del supermercado, es que en realidad la clase de aeróbica había
durado más de lo habitual. Pero él no podía saberlo, y ya se encontraba en casa
cuando ella llegó; lo que, como siempre, hizo que él se enfadara muchísimo.
Comenzó a hablar en ese tono bajo que predecía la furia que arrasaría luego con
todo. Ella se lo esperaba, pero no por eso dolió menos. El primer puño la dejó
sin aire, el segundo la echó al suelo, y las dos patadas siguientes hicieron
que quedara allí por los siguientes quince minutos. Cuando ella logró volver a
respirar sin tanta dificultad, se arrastró hasta el baño. Demasiado tarde, la
hemorragia era más que evidente del resultado final del último encuentro con su
marido. Se duchó y eliminó cualquier signo de lo ocurrido. Decidiendo
firmemente que esa, su “pequeña” esperanza en el futuro, sería su última
pérdida.
El día
siguiente había comenzado como siempre después de cada tornado. Un desayuno
completo la esperaba en la cocina y su típica nota: “Nos vemos esta noche a la
cena. Te amo.” Contrariamente a lo que se podía pensar, ningún fuego corría por
sus venas, su alma se había congelado la noche anterior. Y con esa frialdad fue
a casa de su mejor amiga, la única que sabía absolutamente todo, la única que
podría ayudarla incondicionalmente. Bajo su nombre se inscribió a unas
lecciones privadas con el mejor instructor de alta montaña. Poco a poco venció
su vértigo, y se convirtió en una muy buena escaladora. Su marido nunca lo
supo... hasta ese día.
Él partió
esa mañana, como había hecho tantas otras veces. Le había dejado una nota; lo
mismo de siempre, una velada amenaza bajo un simple “te veo a mi regreso...”. Desayunó
y se fue a la Universidad, donde su amiga la esperaba. Intercambiaron sus ropas,
sus documentos, y sus vehículos. Una entró a una clase magistral sobre arte
moderna, la otra se dirigió hacia el grupo de montañas donde él había ido a
escalar. No tardó en localizarlo, pero se cuidó bien de no hacerse ver. Lo
observó mientras iniciaba a subir por la pared de roca. Siempre tan preciso,
como cuando le señalaba sus errores, nunca en donde se pudiesen ver, con la
fuerza adecuada para hacer daño pero que parezcan simples hematomas. Se
apresuró a subir por el otro lado con el auto, no había nadie en kilómetros,
esta vez agradecía su gusto por la soledad, y esperó. Esperó hasta que él llegó
a la cima, lo vió mientras se descansaba y comía algo. Luego de unos minutos él
se preparó a bajar; pasó su cuerda por uno de los dos clavos que habían e inició
a descender. Conociéndolo, ella sabía que tenía veinticinco metros para
realizar su plan.
Ella se
enganchó al otro clavo y comenzó a bajar, lo hizo más rápido de lo normal. Su
marido le gritaba, no la había reconocido. Cuando la vió era demasiado tarde. Ella
ubicó su cuerda en modo que no colgara, y se sujetó a la de él haciendo peso.
Había pasado días mojando todas sus cuerdas con un solvente inodoro y ahora era
el momento de hacer que se rompiera. La cara de terror de él cuando se dió cuenta
de lo que estaba ocurriendo tal vez hubiese podido pagar cada sufrimiento de
esos últimos diez años. En cambio ella no se frenó; miró hacia abajo.
Por cada mentira...
cada engaño... cada golpe... –le dijo antes que la cuerda terminara de cortarse
y él hiciera un vuelo de ochenta metros.
Volvió a
subir, recogió su equipo, borró sus huellas, y regresó a la Universidad. Se cambió
nuevamente, y regresó a su casa, antes de las dieciocho. Si su marido no la
hubiese encontrado, se enojaría, y ella no lo permitiría, porque como él decía
siempre en público, ella era la esposa perfecta.
Es el número 43: Convierte a tu personaje en un asesino.
Trabaja la coartada con esmero y cuida de no dejar pistas... todo ello sobre el papel.)
Trabaja la coartada con esmero y cuida de no dejar pistas... todo ello sobre el papel.)