Sentí su cuerpo pegado al mío, irrefrenable. Tibia su
piel al roce de la mía. Temblorosa su boca al contacto de mi aliento. Podía
percibirla temblar, extenderse y arquearse como una ola que viene brava y
yace sobre la arena. Su nombre remembraba en la agitación de mi respiración.
Pasó su mano por mi pelo, sujetándome y
supe en ese preciso instante que me comería la boca. Su lengua jugueteaba con
la mía, mientras mis dedos exploraban la humedad de sus labios. Hambre. Ella
había dado otro significado a esta palabra. Y supe que nunca había deseado
tanto a alguien como hasta ahora.
Descubrir lo que me provocaba, no solo erizaba mi
piel, sino que corrompía mi alma en un auténtico demonio que me avocaba a
entregarme a ella sin pensar en nada más. Era puro deseo lo que sentía por
ella. Una necesidad que se colmaba cuando nos enredábamos en aquellos abrazos,
cuando nos devorábamos la boca hasta dolernos, cuando el fuego de nuestras
miradas acallaba todo lo demás...
Me tomaba. Lo hacía con cada centímetro de
mi cuerpo, porque ella había alcanzado a tocar rincones que no sabía siquiera
de poseer. Abrí mis piernas y mi ser entero. Temblaba. Estaba siendo presa de
la fiebre que me provocaban sus caderas y deseaba liberarme.
Quería sucumbir ante ella; la abolición total de todos mis límites bajo el
influjo de su tacto; que claudicara hasta el último de mis
tabúes cuando su voz pronunciaba mi nombre.
Percibí su calor en la comisura de mis labios. Sus
piernas eran el postigo al infierno, un infierno en el que no dudaba en arder,
en el que me bebía sus demonios uno a uno, los martirizaba y golpeaba con mi
lengua, apoderándome de sus almas. Me aferraba a ella. O ella se vencía
sobre mí. Me hundía en sus pliegues y se entregaba al caudal que me enloquecía.
gemía y maldecía. Se retorcía mientras mis dedos profanaban y arremetían contra
ella, se expandían en su interior... La miraba desde el arco de sus piernas.
Sus pechos, erguidos; sus vórtices, erectos...
Maldije en todos los idiomas que conocía. No daba
crédito a lo que salía de esos labios; lo que su lengua me estaba provocando.
Mis manos se enredaron en su cabellera, haciendo que su boca comulgase con la
mía. La mezcla de perfumes, de sudor y de sexo era el más potente afrodisíaco.
Me fue natural querer lamer su seno, hundir mi rostro entre ellos y morder sus
pezones. Ese aroma que desprendía su piel; la suavidad de sus manos sobre mi
cuerpo; el sabor de sus pechos; el ritmo alocado de su corazón; la luz que
desprendían sus ojos... Me dejé ir y ella se venía conmigo; una y otra
vez. Ella había liberado un demonio y ahora debería domarlo o quemarse en su
fuego.
Se arqueaba y exudaba como si estuviera sometida a
posesión. Clavaba los talones en el colchón, me presionaba hacia ella. Se
elevaba exultante, totalmente entregada mientras sus dientes provocaban en
mí esa necesidad de venganza. Dominar o ser dominada. Alzarse o sucumbir.
Mis demonios y los suyos cabalgando en la misma consumación. Nuestras
piernas abrazando al otro cuerpo. Nuestras bocas embebiéndose del
sabor de la otra, las lenguas usurpándose el propio espacio... Las
pieles ardiendo, las entrañas rezumando pálpitos húmedos, viscosos, dulces...
Un solo giro y cayó bajo las fauces de mi fiera. Ella, conmigo a su alcance.
Matemática perfecta. Sus sexo a la altura de mi boca. El mío calado por su
aliento. Sus manos abriéndome. Las mías, clavándose... ofrecidas y ofrenciéndose al
placer de sabernos nuestras, de disfrutar de nuestros cuerpos. Gozar de la
carne de hembra, del sabor a mujer... Empapándonos sin nombrarnos, gimiendo
y maldiciendo mientras nos impregnábamos de la otra camino de ese clímax que
nos llevara al más profundo de los abismos y elevarnos sobre él para entregar a
la otra el fruto logrado: El éxtasis, y nos quedamos juntas, gozando de la
serenidad luego de ese huracán que había arrasado con nosotras y con nuestro
lecho.
Después de tanto tiempo, vuelvo a escribir a cuatro manos
y eso, no sólo me hace feliz, sino que lo siento como un honor.
Hace muchos años atrás, cuando entré a este mundo de los blogs,
Todo era nuevo, un tipo de relatos que nunca antes había leído,
te envolvían, te hacían sentir parte de él, desear serlo... y luego,
luego conocí a Mağ.
Mujer maravillosa, escritora magnífica, amiga extraordinaria...
Ella fue una de las que me impulsó y apoyó para crear este espacio,
ella creyó en mí y en mis letras.
Hemos pasado tantas cosas, buenas y no tanto,
y aquí estamos: fuertes, unidas, amigas,
hemos demostrado que los pilares eran sólidos.
Y hoy, volvemos a escribir juntas...
GRACIAS,
gracias, gracias, gracias de corazón.
...y no dejen de visitar su espacio, basta hacer click en el nombre de su
blog,
no te lo pierdas, no te arrepentirás!!!