Otro día más. Suena el despertador y ella comienza a dar vueltas, creo
seguiría en la cama, más por desidía que por sueño. Los sueños ya no están,
desparecieron, se le murieron según ella. Al menos es lo suficientemente
temprano para no escuchar su voz, lamentándose, enfadándose con todo, con
todos, con el mundo, menos con ella misma. Si pudiese sólo salir de ese rol de
víctima de las circunstancias, y pelear. Pero no, a todo encuentra una
justificación. Excusas.
Finalmente se levanta, arrastrando los pies, a cumplir con el rol
de madre abnegada. No lo soporto. No soporto verla así.
¿Hasta cuándo? Dime... –mi rostro no mostraba piedad, a ella no le
servía mi lástima. ¿Hasta cuándo piensas continuar así? O las cosas las haces
por gusto, convencida de la razón por la que lo haces, o no lo haces. No te
sirve a ti, no le sirve a ellos.
Ya inicias... –respondía sin siquiera alzar la vista. Yo elegí en
su momento y es esto lo que toca hacer.
Pero, ¿quién lo ha dicho eso?, o ¿quién ha dicho que debe ser así,
de este modo? –me daban ganas de darle una sacudida. Es un modo absurdo que te
está matando.
Ojalá lo hiciera... –iniciaba la letanía patética. Ojalá tuviese
el coraje de pegarme un tiro, pero ni eso.
Déjate de estupideces, ¡haz el favor! –ponía a prueba toda mi
paciencia. 0
Me miró con los ojos vidriosos mientras continuaba con sus tareas
de buena ama de casa.
Sabes que lo pienso cada día... –y sí, sabía perfectamente que no
bromeaba. Creo que es mi única salida.
¿Tu única salida? –trataba de moderar el sarcasmo en mi voz. ¿Realmente
crees que el suicidio podría ser una solución?
Sí... –por primera vez comenzaba a asustarme; siempre creí que era
una penosa fantasía producto del desánimo.
Párate frente al espejo y decide cambiar aquello que no te gusta...
–creo que ni siquiera me escuchaba. Mira dentro tuyo, sabes que vales mucho más
que lo que se ve en superficie.
No es tan fácil... –lo mismo de siempre.
Excusas. –debía ser lapidaría.
No tengo tiempo para esto, debo hacer... –y sus gestos automáticos
no escondían el vacío de su alma, yo lo sabía... lo que no sabía era qué más
decir.
Pasaban las horas y los días, cambiaban las palabras y mis
ironías, pero la sustancia continuaba a ser la misma. Nada servía, no
reaccionaba. Ella pensaba cada día más a alguna manera de desaparecer, y yo
iniciaba a no soportarla más. Ella tenía todas las justificaciones y a mí me
dejaba sin ningún tipo de argumentación. Ella quería morir, pero no tenía el
coraje. Y yo, yo lo tenía por las dos.
Esa mañana se levantó como siempre, con el peso de algo que no
deseaba y no era capaz de cambiar. Se paró frente al espejo y lloró. Miré sus
ojos e hice aquello que ella jamás se atrevería.
Hoy soy yo quien observa su reflejo en el espejo, me gusta lo que
veo. Cada tanto creo escuchar su voz, pero no, ella ya no está y no volverá.
(Este relato pertenece a los "52 retos de 'El libro del Escritor'".
Es el número 19: Escribe un relato cuyo personaje atormentado sólo vea el suicidio como solución.)