jueves, 28 de mayo de 2020

El invierno había convertido a la ciudad en un lúgubre muestrario de tonalidades grices. El cielo, plomizo, parecía a punto de llorar y, sin embargo, me encantaba caminar cuando era así. Perder mi mirada en las calles del puerto cuando los rayos iluminaban el horizonte. ¿Serían acaso un presagio? Tal vez hoy finalmente lo vería; lo encontraría cara a cara. Sólo así, mirándolo a los ojos, podría entender el porqué de aquel gesto para conmigo, aún si esa respuesta ya no importase.

Mis pasos, lentos, no tenían eco, el asfalto los absorbía. Como yo había hecho con mi rabia todo ese tiempo. Cruzaba a la gente pero ellos no me veían. Nunca lo hicieron, ¿por qué ahora tendría que ser diferente? En cambio, yo sí los veía. Veía cómo se arrastraban cual muertos vivientes; ellos y sus desilusiones; ellos y sus apatías; ellos y sus hipócritas satisfacciones; ellos y sus traiciones. Ellos, que como él, iban tan impunes en eso que llamaban vida.

Y ahí estaba; sentado en el bar de siempre. En cierto modo, me encantaba que fuera tan rutinario, me haría las cosas más fáciles. Esperé a que saliera y lo seguí. Ya era de noche y él caminaba distendido hacia nuestra casa. Había visto su sonrisa, debía admitir que no había perdido una pizca de su atractivo. Colocó las llaves en la puerta, me pegué a su espalda y entré con él.

Cuando finalmente me dejé ver, me encantó lo que me transmitía su mirada. El terror en sus ojos hizo que sonriera. Podía sentir la adrenalina corriendo por sus venas sin saber qué pensar ni qué hacer. Inmóvil, con la frente perlada de sudor, incapaz de modular algo con sentido. Apoyé mi mano en su pecho, lo atravesé. Podía sentir el latir de su corazón. Entonces me acerqué a su oído...

Te dije que no debías hacerlo... que vendría por ti... –le susurré. Esta vez, ni la muerte nos separará.

Continué a sonreir mientras me iba, llevándome la única cosa de él que siempre había deseado tener.

 

 

 

(Este microrrelato pertenece a los "Relatos Jueveros"

y esta semana la convocatoria fue hecha por Mag desde su blog: "La trastienda del Pecado".

Te invito a leer el resto de los participantes aquí!)


martes, 26 de mayo de 2020

Llegó lo más rápido que pudo, había corrido hasta ahí como alma que la lleva el diablo. Leyó el mensaje, abandonado ahora en el suelo. Su escritura, perfecta como siempre, no reflejaba el sin sentido que había a su alrededor. “Lo debes aceptar.”, continuaban a repetir luego de un tiempo. No sabía quiénes eran; no le importaba tampoco. Sólo sentía el vacío. El que ocupó el espacio a partir de esos cinco minutos. El tiempo que bastó para perderlo todo. Perderlo definitivamente.




(Este microrelato pertenece a “Reto: 5 líneas” propuesto por Adella Brac.
Las palabras del mes de Mayo son: escritura - aceptar - cinco.)

jueves, 21 de mayo de 2020

¿Cuándo ha sido el primero? ¿Te acuerdas?

Sí, obvio que me acuerdo. El primero fue cuando debía volver a mi casa y vos no querías. Me pediste que me quedara con vos, te quitaste la cadenita del cuello con aquella medalla que aún conservo.

Era fácil, las primeras veces no se olvidan.

Pues yo también recuerdo la segunda; la tercera; la cuarta... y la vez que decidiste volver, que me elegiste. También aquella en la que angustiada te conté lo que pasaba y me dijiste que era la mejor noticia que podía darte. Recuerdo la vez que te ví con ella en los brazos y me dijiste: “gracias”. O la vez que me sorprendiste con aquella canción que escribiste para mí y la cantaste por la radio. Recuerdo todas y cada una de las veces. Aquellas después de pelear como gatos –y es que yo soy tremenda cuando me enfado, lo sé– y todas las veces luego que dabas “el brazo a torcer”, demostrándome que yo soy más importante que tener razón. O una de las últimas, cuando después de tanta espera lo hice aliviada y feliz sobre tu pecho. Porque soy una mujer de buena memoria y porque ¿cómo podría olvidar veintisiete años de encuentros y desencuentros; de búsquedas y hallazgos; de aciertos y errores; de construcción constante? ¿Cómo podría olvidarme del amor y de todas las veces que éste me ha hecho suspirar? ¿Cómo? No podría. No deseo hacerlo. Quiero continuar a sorprenderme, a emocionarme, y a suspirar. Como esta mañana, cuando pensé lo habías olvidado y, con un beso y un simple “feliz aniversario, te amo” susurrado sobre los labios, has hecho que yo suspire de nuevo.






(Este microrrelato pertenece a los "Relatos Jueveros"
y esta semana la convocatoria fue hecha por Mónica desde su blog: "Neogeminis".
Te invito a leer el resto de los participantes aquí!)

martes, 19 de mayo de 2020

Fuimos hasta la habitación envueltos en nuestras toallas. Sentía su mirada clavada en mí, y me sentí quemar. Me recosté sin saber qué decir, quedé en silencio a observarlo. Parecía ahogarme en sus ojos, en su mirada, donde leía mil intenciones, mil promesas. Me sentí sonrojar ante esto.

Acercó su rostro y sentí cómo me respiraba. Me olfateaba como un animal con su presa. Mi cuerpo deseaba otro contacto con él. Cerré los ojos y lo sentí suspirar. Su mano me acarició, posándose en mi nuca. Me sujetó con fuerza del cabello, alzando mi boca hasta la suya. Sentí la invasión de su lengua, buscando la mía. Sus besos recorrieron mi cuello, alternándose con pequeñas mordidas.

Mi resistencia, si alguna vez había tenido alguna, cayó definitivamente. Me aferré a él con todas mis fuerzas. Sentí su brazo rodeando mi cintura, me tiró hacia él; hasta que su cadera presionó contra la mía. Pude percibir su excitación, separada de mí sólo por la toalla con la que todavía se cubría. No me frené y seguí sus movimientos. Me froté a su cuerpo arrancándole un gemido. Separó su boca de mi piel sólo para mirarme a los ojos. Mi seguridad, mis ganas de él, hicieron que su deseo aumentara.

Finalmente quitó la toalla, dejándola caer al costado de la cama. Su erección se izaba ante mí en toda su virilidad, provocándome un deseo irrefrenable. No pude evitar tomarlo entre mis manos, y él cerró los ojos dejándose hacer por un instante. Sentirlo caliente, cada vena latiendo bajo el toque de mis dedos, hacia que temblara. Sus manos aferraron las mías y su boca inició a torturar mi seno. Lamía y mordía mis pezones. Primero uno y luego el otro. De forma lenta pero intensa. Entonces sus manos tomaron mis pechos colocando su sexo entre ellos, iniciando a masturbarse. Mis puños se cerraron apretando los bordes de las sábanas. Me mordí para ahogar los gemidos. Sentí como la humedad bajaba por mis muslos y arqueé la espalda, ante lo que creí inevitable. Pero él comenzó a frenarse hasta detenerse, y esperó que yo abriera mis ojos. Sé que mi mirada le imploraba de continuar, pero continué callada, sólo se oía mi respiración agitada. Le sonreí de forma maliciosa, levantando apenas la cabeza para apoyar un beso sobre la punta de su excitación. Me hizo girar bajo su cuerpo. Sentí su mano entre mis piernas, abriéndome para él. Lo sentía... sentía cada pliegue de él en mí. Me sostenía por las caderas, haciendo más fuerte cada arremetida. Se acercó y me mordió el hombro en el exacto momento que explotábamos en un orgasmo.

Se dejó caer sobre mi espalda. Su mano acariciaba mis cabellos, la fiera iniciaba a calmarse. Entonces escuché su voz en mi oído: "Recuérdate, sos fuego…, pero yo soy el dueño de ese fuego."


(Todo había comenzado... aquí)






(Este relato pertenece al Reto: "Fuego en las palabras" del mes de Mayo;
blog "Crónica de la loca que cazaba nubes"... te invito a visitar el blog y su dueña, Rebeca.)

miércoles, 13 de mayo de 2020


Él la deseaba tanto esa noche, la había pensado todo el día, imaginándola. Estacionó en la puerta del edificio y mirando el balcón del departamento notó las luces apagadas. Subió con el temor de deber aún esperar, frenar la ansiedad de tenerla. Apenas entró en el salón supo que se había equivocado, un ligero rumor provenía del baño. Cerró la puerta a su espalda y se dirigió allí. La sorprendió que estaba por ducharse. Inmediatamente la tomó empujándola contra la pared y la besó con tal pasión de dejarla sin aliento. El beso continuò en otro y otro más, cada vez con más ganas, hasta ser casi violento. Su lengua se insinuaba de forma prepotente en la boca de ella, entre sus labios carnosos, tan malditamente indecentes, perfectos para…

En ese momento comprendí. Sin decir una palabra me postré ante él. Con un apuro poco habitual, liberó su miembro de la prisión de sus pantalones y tomándome por la cabeza, lo metió en mi boca, hasta el fondo. Era extraño, pero deseaba ser obediente, por lo que lo recibí por entero y me dediqué a él con total devoción.  Lo lamía, lo rodeaba con mi lengua, mientras mis manos sujetaban su culo con fuerza. Haría que se olvidara de todo, tiempo y espacio, sólo él y yo.

Permanecía de rodillas delante de él, que continuaba a hundirlo en mi boca como nunca había hecho antes.  Intuí toda la espera reprimida de ese día, todas las fantasias y convirtí ese gesto en único; haciéndolo a mi modo y con mis reglas. Sentí las primeras gotas, esa mezcla de dulce y amargo sobre mi lengua. Pero él no quiso llegar hasta el final, se quitó antes de explotar en mi garganta. Y me alejó ese poco que bastaba.

Me pusé en pie, sin dejar de mirarlo a los ojos. Había terminado el momento de obedecer, ahora iniciaba mi juego. Me giré preguntándole si quería enjabonarme. Apoyé las manos a la pared de mosaicos, arqueando la espalda y abriendo mis piernas, en una posición que exclamaba claramente mis intenciones. Me deseaba, lo sabía, y haría que lo hiciera aún más. Me inclinaba hacía él sin pudor, sin verguenza. Lo escuché sacarse las últimas ropas y colocarse detrás mío. Comenzó a acariciarme. Aún bajo el agua sentía sus manos quemarme la piel. Mis pezones se endurecieron al contacto de ellas, y él los pellizcaba provocándome. Bajó y sentí como sus dedos separaban mis labios, y entraban en mi sexo. Se recreaba en ellos, haciendo que mi humedad creciera. Inesperadamente, sin ningún cuidado, me penetrò. Duro como el mármol lo sentí hasta el fondo de mis entrañas y no pude tratener una exclamación, algo entre dolor y placer.
Continuó con sus potentes embestidas, se fundía una y otra vez dentro mío. Y más lo hacía, más yo disfrutaba. Esa exclamación inicial se transformó en intensos gemidos. El placer era ya irrefrenabile. Ambos cuerpos eran recorridos de violentos temblores. La respiración agitada de él fue la señal que no duraría mucho más.

En un susurrado gemido, mientras decía mi nombre, sentí su calor inundarme. Y yo me corrí sobre él en el mismo instante. Por un momento nos quedamos inmóviles, con las piernas temblando por la intensidad que nos había envuelto. Dejamos que el agua finalmente refrescara nuestros cuerpos. Tomándome de la cintura me giró y abrazó, aún podía sentir su deseo. Y lo supe. Supe que ese había sido sólo el inicio de una larga noche.







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