domingo, 6 de noviembre de 2016

Todo se derrumba en unos segundos.
Todo tu mundo. Todas las certezas. Todas las creencias.
Sientes como que el tiempo se detiene en ese instante, pero sólo para ti. El resto del mundo continúa a su velocidad habitual.
Y como en una burda representación teatral aparecen los personajes de siempre.
Los que opinan sin saber, que terminas escuchando como rumor de fondo, y disculpando su ignorancia, como si fuera algo ajeno a la propia voluntad.
Los que enfatizan cada detalle, exacerbándolos, sin pudor y sin vergüenza, hacia nada ni nadie. Olvidándose de todo y todos, para inmediatamente después pasar al próximo asunto, como si se tratara de la lista del supermercado.
Los indiferentes, que son los menos nocivos, porque son los que siguen adelante sin más. Se sacuden el polvo de los zapatos, observando a su alrededor, como si nada hubiese sucedido, simplemente porque no los toca directamente.
Y los que juzgan. Los más peligrosos. Los más despreciables. Aquellos que se alzan en pedestales creados por ellos mismos, creyéndose superiores por méritos desconocidos; que rasgan sus vestiduras y dictan sentencias, como si no fueran ellos mismos humanos e inclines al error.
¿Dónde ha finalizado eso a lo que llamamos humanidad?
¿Cuándo es que hemos perdido la capacidad de empatizar con el otro, con el que tenemos en frente o a nuestro lado?
¿Cómo es que podemos ser sensibles frente al sufrimiento animal y no medimos dictámenes frente a la desgracia humana?
¿Quién se siente tan libre de toda consciencia para arrojar la primera piedra?
...

Yo no.
Yo he sido inconsciente, imprudente, irracional, inconstante.
Yo me he arriesgado sin necesidad.
Yo me he tomado las cosas a la ligera.
Yo no he medido concecuencias.
Yo me he equivocado... más de muchas veces, incontables.
Yo he tenido suerte, por así decirlo.

Son momentos donde no sirven los discursos retóricos, ni los debates filosóficos. No interesan los por qué, ni los “y si...”. Son momentos de una mano tendida, de un abrazo, de lágrimas compartidas en silencio.


Son momentos para “estar” ...basta.


1 comentario:

  1. Mi hija ha perdido uno de sus mejores amigos producto de un accidente automovilístico. Como ya he expresado los por qué y los cómo pierden todo sentido en estos momentos. Sólo sé que tenía 24 años y era un hermoso ser humano.

    Por respeto a ustedes, que pasan por esta playa y me dejan sus huellas, he querido mínimamente expresar cómo me siento. Y el por qué no he respondido a los comentarios en la entrada anterior ni he pasado a visitar a ninguno... pido disculpas y prometo que ya lo haré. Hay algunas entradas programadas a las que también responderé apenas me sea posible y el ánimo sea el adecuado.

    Ella me necesita más que nunca... y nada me importa más. Es momento de "estar".

    Les dejo un beso grande, un abrazo fuerte y un gracias sincero.

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