8:00am. El teléfono
sonaba y la voz en la secretaría telefónica empezaba a hablar.
“Buenos días Roxana.
Hoy es jueves 13 de julio de 2017. Estás en tu habitación, en nuestra casa de
Mercedes. En unos minutos entrará Clotilde con tu desayuno. Abre el armario que
se encuentra a tu derecha y vístete. Si deseas salir al jardín, advierte a la
misma Clotilde que sabrá cómo hacer, y abrígate, que hoy hace mucho frío. Si quieres
llamarme, lo mismo, dirígete a Clotilde... Soy Mariana y estoy ya en el
trabajo...”
Roxana se levantó de
la cama, se miró al espejo y no se reconoció. El reflejo de esa mujer grande no
podía ser ella. Como no reconoció la voz de Mariana, ella sólo era un niña.
Buenos días, señora.
–saludó una mujer mientras abría la puerta de su cuarto. ¿Cómo se encuentra
hoy?
Buenos días...
Clotilde, ¿no? –respondió sin estar muy segura pero confiándose en el mensaje
oído poco antes. Bien... me siento muy bien.
Las dos mujeres
conversaban animadamente, poniéndose de acuerdo para el después. Mientras, la
mirada de Mariana se perdía en la ciudad. Sentada en su oficina, frente al
enorme ventanal del último piso de ese importante edificio, meditaba sobre lo
ocurrido ese año. Finalmente había logrado ser una asociada de aquel reconocido
estudio jurídico. Eso y la conspícua herencia recibida tras la muerte de su
abuela, fue lo que le permitió reducir la condena de Roxana y quitarla del
psiquiátrico donde estaba cumpliéndola. Habían pasado veinticinco años, y
muchísimas horas de terapia psicológica, desde la tragedia que las había
separado. Los médicos le habían dicho que el caso de Roxana era singular. No se
trataba de Alzheimer ni demencia senil, parecía como si simplemente hubiese
decidido olvidar esos últimos veinticinco años de su vida. Pero ella no. Mariana
no había olvidado nada. Era una niña cuando había aprendido a callar; a hacer
de cuenta que nada al afuera de su habitación, existía. Bastaba una mirada de
Roxana, sólo quince años más grande, para que Mariana se refugiara allí. Así
había crecido, bajo el ala protectora de ella. Así hasta el día que se convirtió
en señorita con sólo doce años, y Roxana la protegió por última vez. Pese a
todo el tiempo que había pasado, Mariana aún despertaba sudando en mitad de la
noche; aún temblaba como una hoja cuando oía ciertos llantos, ahogados; aún no
había logrado olvidar la imagen de “Papá” muerto en ese lago de sangre y a
Roxana repitiendo como en trance “a ella no... no a mi niña...”. En cierto modo
envidiaba a Roxana, había logrado cancelar todo de su memoria. Pero ella no, e
igual se lo debía; por bien dos veces le debía la vida.
8:00am. El teléfono
sonaba y la voz en la secretaría telefónica empezaba a hablar.
“Buenos días Roxana.
Hoy es viernes 14 de julio de 2017. Estás en tu habitación, en nuestra casa
de Mercedes. En unos minutos entrará Clotilde con tu desayuno. Hoy llueve, por
lo que puedes aprovechar a quedarte en la cama un poco más. Soy Mariana y ya
estoy en el trabajo...”, por un instante se hizo silencio y lo único que se
escuchó perfectamente es como del otro lado, desde donde antes provenía la voz,
tragaban saliva. “...te amo mamá, nos vemos esta noche.”
Es el número 7: Da voz a los recuerdos y ofrece una solución en forma de historia
para un personaje que pierde la memoria cada día.)
Maravillosa la dedicación de ella, me ha recordado una película "50 primeras citas" creo que era. Abrazos
ResponderBorrarCuando he leído esta consigna, Ester, la primera cosa en la que he pensado también fue en esa película... y quise escribir algo diferente, aunque a veces todo me "suene" a ya leído o visto...
BorrarBesotes que brincan!
Vaya que hermosamente conmovedor, se siente tanta fuerza y ternura al rededor de tan bella aura de esfuerzo.
ResponderBorrarMaravilloso relato como lo sueles hacer siempre amiga Alma, con un sentimiento especial. Abrazos, linda semana.
Gracias Jorge... gracias por tan bonitas palabras que tienes siempre para conmigo.
BorrarBesotes y disfruta tu fin de semana!
Conmovedor relato el que has creado Alma. Sobran palabras.
ResponderBorrarBesos dulcemente grandes y dulce semana.
Todo un cumplido de tu parte, Dulce... gracias.
BorrarBesos grandes y salados como el mar.
Fascinación ante este relato. Eres maravillosa creando espacios así, mi niña.
ResponderBorrarMil besitos y feliz día ❤
La maravilla sos vos Auro y no me cansaré de decírtelo!!!
BorrarBesotes infinitos, preciosa ♥
ay Alma, qué decirte, me he quedado con lágrimas en los ojos, me he acordado de mi padre, he revivido su ausencia,aunque no fueran por los motivos tan terribles que subyacen en este texto... es bellísimo y demoledor.
ResponderBorrarAinssssssssss Ale... y de verdad que no busco hacer llorar a nadie, pero a veces pasa que me dejo llevar por la historia, casi como que se escribiera sola.
BorrarBesotes gigantes!
Es un relato maravilloso, Alma, me gustó visitarte
ResponderBorrarUn beso
Gracias Ame... yo voy super, super lenta con las visitas... pero ya llegaré a tu casa, lo prometo bonita.
BorrarBesos.
Muy bonito y a la vez muy triste y duro, Alma. Mira que los jueves no son para que nos vayamos agridulces a la cama, que luego tenemos pesadillas y no descansamos bien y luego ya todo el fin de semana tirados en la cama.
ResponderBorrarY todo por tu culpa :D
Holden!!! ...si me voy de tu casa sin comentar, me cargas la culpa de los gatitos; si vienes por aquí un jueves, me cargas la culpa de pasar el fin de semana tirado... ¿algo bueno, no? ...te saco la lengua por malo, grandote :P
Borrar...besotes también, porque siempre me haces reír!
Muy original, muy inspirado. Y también inquietante.
ResponderBorrar¿Cuál de las dos está viviendo la verdadera realidad, percibe lo que la otra no puede afrontar? ¿O será que la dos están alucinando?
Besos, paisana.
Has planteado algo que no hubiese jamás tenido en cuenta... me gusta. Te dejo a vos, estimado paisano y lector, la respuesta a tus preguntas...
BorrarBesotes, Demi!
Me has atrapado con el misterio y suspenso de la historia desde la primera línea para llegar a un desenlace, al menos para mi, inesperado.
ResponderBorrarUn gusto leerte Alma.
Besos.
Me gusta haberte sorprendido con el desenlace, porque sé que no es fácil hacerlo, por lo cual lo tomo como un logro.
BorrarEl gusto de que pases por aquí y me dejes tu huella, es siempre mío... besos.