Esos días
con Nícolas eran más complicados que de costumbre. Era el último día de escuela
antes de Nochebuena y él estaba cada vez más ansioso. Razón por la que había
decidido llevarlo a pasear por la ciudad, habían varias cosas para ver y
visitar. Y, pese a las bajas temperaturas, estaba segura nos divertiríamos.
Pasé a
buscarlo por la escuela y nos fuimos a almorzar; no había nada que un par de
hamburguesas y papas fritas no pudiera solucionar.
¿Podemos
entrar al Muse? –preguntó Nícolas apenas terminó la última de sus papas fritas.
Sí... –respondí
un poco perpleja. Pero, ¿estás seguro que quieres ir al museo?
Sí, sí...
no quiero ir a otro lado. –se apresuró a decir mientras se limpiaba las manos,
y ya casi se marchaba solo.
Salimos
apurados, como si tuviéramos una cita con el médico. Unos pocos metros y
entramos al pabellón principal del Muse. Nícolas observaba todo con entusiasmo,
como si fuera la primera vez. Nos pasamos toda la tarde, subiendo y bajando por
las escaleras y mirando cada detalle, leyendo cada descripción; hasta que se
hizo la hora de volver.
Nícolas,
debemos irnos o se hará muy tarde... –le dije señalando mi reloj.
Ufff...
está bien... pero antes voy al baño... –respondió sin darme tiempo a nada que
lo ví desaparecer por el corredor.
Luego de
pocos minutos apareció y nos fuimos de allí. Ya era de noche, y las calles
estaban todas iluminadas por las fiestas. Nícolas iba extraña y particularmente
silencioso. Cinco minutos después de entrar en casa, llegó su madre a
recogerlo.
¿Cómo se
ha comportado hoy? –me preguntó ella apenas abrí la puerta.
Perfecto...
hemos pasado la tarde en el museo... –respondí mientras ayudaba a Nícolas a
cerrar su abrigo.
Ahhh...
¿es por eso que no has respondido a mis mensajes? –preguntó mirando a Nícolas.
Mmmmm...
no... –decía sin alzar la mirada fija en sus zapatillas. No diría.... es que no
tengo más el móvil.
No me
digas que has perdido el celular... –comenzó a decir la madre al cuanto
alterada, y mirándome a mí.
No... no
que no lo he perdido... –respondía Nícolas de lo más tranquilo. Sólo lo he
prestado.
¿Y se
puede saber a quién se lo has prestado? –y el tono de voz de la madre era cada
vez más alto. Que ya estoy perdiendo la paciencia, Nícolas...
Yo no
sabía ni qué hacer, ni qué decir. No recordaba haberlo perdido de vista un
minuto. Y sin embargo...
Se lo he
dejado con una nota al hombre del tercer piso, a ese que está todo solo... –susurró
Nícolas.
¿Al Neanderthal?
–preguntó su madre sin entender nada aún. ¿Y para qué necesitaría un smartphone
un Neanderthal, Nícolas?
Simple...
para llamarme esta noche cuando despierte como en la película... –mientras respondía
le brillaba la mirada. Mamá... mañana es Nochebuena y Alma me ha enseñado que
nadie merece estar solo...
Los ojos
se me allenaron de lágrimas. Nícolas era tremendo, pero lleno de una ternura
infinita. Entonces, para no quitarle la ilusión prometí a su madre, recuperar
yo el móvil a la mañana siguiente, para que ella se lo dejara al niño bajo el
árbol con una nota. Ya se me ocurriría algo mágico, como debe ser todo en estos
días.
Es el número 46: Utilicemos la fantasía e imaginación.
Inventa una historia en la que se mezcle en algún momento un smartphone con un neanderthal.)
Inventa una historia en la que se mezcle en algún momento un smartphone con un neanderthal.)
Un mágico relato como debe ser el espíritu navideño. Que hayas pasado una Navidad así de mágica y despidas bien el año.
ResponderBorrarBesos dulces y dulce última semana del año Alma.
Así es Dulce, esos días son mágicos... gracias por tus deseos y por estar siempre allí, aquí, con tus huellas.
BorrarBesos grandes como el mar.
Cierto,
ResponderBorrarno hay nada que las papas
y las hamburguesas no puedan solucionar,
doy fe de ello😊
Que bonito relato, Alma,
nadie merece estar solo y en estas fechas menos...
Besicos muchos!!!!
Jajajajajajajaja mi niña!! ...sabía que lo dirías!
BorrarBesotes enormes y quieroTe!