Finalmente
abría los ojos. Me sonrió y yo sentí como si respirara por primera vez después
de mucho tiempo.
Ya no
sabía cómo sentarme. Ni en qué concentrarme para no pensar en las horas que
ella llevaba sin despertarse. Sentí una especial admiración hacia la mujer que
se encontraba en la otra parte de la habitación; llevaba días en mi situación. Y
también un poco de compasión. Había cambiado el turno de las enfermeras, y
volvían a entrar para controlarla.
Todo está
bien mamá... –dijo sonriéndome y mi fastidio fue evidente; no quería que nadie
más volviera a llamarme así hasta que ella despertara.
Parecía
mucho más pequeña en esa camilla, y sus ojitos me decían que estaba asustada.
Traté de calmarla. Continuaba a decirle que nada malo pasaría; y mientras más
lo repetía, más trataba de convencerme. Lo mismo probó a hacer el anestesista,
pero conmigo. Me senté en el pasillo. No podía pensar en nada, ni en nadie. La
única persona que me importaba estaba allí dentro y yo no podía hacer
absolutamente nada. El frío del mármol me caló hasta los huesos y, por primera
vez en los últimos seis años, tuve miedo.
Despertó
de golpe, gritando nuevamente, como si la hora de sueño hubiese intensificado
su dolor. No fui la única a sobresaltarme, su llanto había penetrado los oídos
de todos los presentes en la sala de espera. Entre lágrimas quiso ponerse en
pie, pero no lo lograba, ni siquiera tenerse erguida. Supe que ya no era un
simple malestar. Avisé al médico de guardia, que mandó a otra enfermera, mucho
más joven, a acompañarnos al baño. No llegó. Comenzó a vomitar, tan fuertes
eran sus espasmos que temí se me cayera de los brazos. De la nada ví aparecer
al pedíatra. Su diagnóstico fue contundente: apendicitis. Y se estaba
agravando.
Se me
quedó dormida en brazos, se la veía tan serena. Seguro no sería nada, pero ya
estábamos en la puerta del hospital, así que tanto valía entrar y que la
vieran. Como siempre, la guardia llena de gente, a pesar de que habíamos
superado la medianoche. Apenas ví a la enfermera en la recepción, pensé que
hubiese tenido que dedicarse a otra cosa. Es que era la confirmación que los
bizarros personajes televisivos tenían una fuente de inspiración en seres reales. Como ella dormía tranquila, dijieron que podíamos esperar. Fuimos hasta
la sala, su respiración en mi cuello era pausada, casi una invitación a
seguirla. Ganas no me faltaban, había sido un día demoledor; la mañana pasada a
estudiar; luego, preparar el almuerzo y llevarla a ella a la escuela; de ahí a
las prácticas, y antes de volver a casa, pasar por el Profesorado de nuevo.
Cuando finalmente atravesé el umbral de casa, no me esperaba ni perfume a
comida, ni dos bracitos que me apretaran fuerte las piernas, como de costumbre.
Sólo su voz diciendo, casi en un susurro:
“Mamá...
me duele mucho la panza.”
Es el número 02: ¿Recuerdas tu peor noche? Cuéntala desde el final hasta el principio.)
Oh qué mal se pasa en esos momentos..
ResponderBorrartremendos, el miedo,el dolor,el no saber qué hacer,el querer que el dolor y el sufrimiento lo padezcamos nosotras y no ellos..
Muy hermoso, y logras transmitir ese estado en el que todos alguna vez nos hemos visto envueltos...( por lo menos en las que somos mamis,o papis)
Es verdad que todos los que somos madres o padres, hemos pasado por estas noches alguna vez... o aún peores... pero bueno, lo importante es pasarlas y que sólo queden como una anécdota más.
BorrarBesotes Ale!!!
Hermoso texto
ResponderBorrarLleno de momentos
que hoy están lejos de mí...
Mis chicos están ya grandes.
Me gustas mucho... me gustan tus letras
Me encanta recibirte
Un abrazo inmenso escritora
Mi hija ya también está grande, pero estas cosas no se olvidan... lo importante es que se puedan contar como una de tantas otras historias.
BorrarA mí también me encanta leerte, y lo hago mucho más de lo que te comento...
Besotes!!!
Hay noches malas sí, pero las peores son aquellas cuando alguien querido sufre.
ResponderBorrarBesos dulces Alma y dulce semana.
Así es... el sufrimiento de la/s persona/s que se aman produce mucha angustía e impotencia... pero como dije antes, lo importante es pasarlo y que se pueda contar como una cosa más.
BorrarBesos grandes como el mar, Dulce...y que tu semana sea estupenda.
Buenas tardes, Alma:
ResponderBorrarEsa mala noche ha inspirado un gran relato. No es fácil sacar algo positivo de una experiencia angustiosa, y mucho menos contarlo con la técnica objetiva que usas en tu relato.
Enhorabuena, compañera.
Hola Nino... Creo yo que ha ayudado el hecho de que al final todo salió bien, y que ya han pasado muchos años... no sé si en el momento hubiese sido capaz de contarlo con tanta claridad, objetividad...
BorrarBesotes escritor!!!
Cuánto te entiendo… Viví algo similar, y, además, debido a una negligencia…
ResponderBorrarMe quedo con el alma encogida, querida amiga… Como siempre, tus letras emiten ese sentimiento que inunda…
Bsoss y cariños gigantes, y muy feliz semana, preciosa Alma ❤️
Pues yo en este caso, aún si pasaron 18 años, sigo agradeciendo haber encontrado médicos muy buenos, pese a las condiciones deplorables en las que muchas veces deben trabajar... pero bueno, ya pasó.
BorrarBesotes inmensos, Gin...y que tu semana sea tan maravillosa como vos!!!
Nos trasmitiste toda la emoción de ese momento.
ResponderBorrarUn abrazo para vos y para tu hija.
Besos, paisana
BorrarEntonces el objetivo de las letras, cualquiera éstas sean, se ha cumplido.
BorrarBesotes paisano!!